A veces, el pasado se revela en las paredes

En el curso del tiempo, existen lugares que albergan en sus rincones los fragmentos de nuestra felicidad pasada, como tesoros que se resisten a desvanecerse en el olvido. Hoy, he decidido regresar a uno de esos sitios que, durante mucho tiempo, dejé en la indiferencia. Fue entonces, al cruzar por ese rincón especial, que la pared frente a mis ojos se convirtió en esa pantalla que desencadenó una cascada de recuerdos.

La ubicación exacta era el Barrio Sur, entre las calles Ecuador y 3 de febrero. En aquellos días, el lugar albergaba la mueblería de Gerbaudo, pero para mí y mis compañeros de aventuras, esa pared se transformaba en algo más: nuestro frontón para jugar al tenis. No un tenis convencional, sino una versión única, donde las raquetas eran de madera maciza, sin encordado, todo un testimonio de la época.

En nuestra cancha improvisada, una línea imaginaria asumía el papel de red, mientras que, sobre el pasaje, insistiendo en corregir mi equivocación de llamarlo «callejón» (lo aprendí de mi padre), se desplegaban nuestros emocionantes partidos. Justo unas casas más allá de donde vivían los Chíngolo, nos embarcábamos en duelos apasionados. Dos paños de pavimento y una pelota mojada eran nuestras herramientas, controlando los rebotes con destreza, aunque a veces, con un entusiasmo desbordante, la pelota se escapaba hacia los vecinos.

Aprovecho este espacio para dirigirme a aquellos vecinos, a quienes sin duda interrumpimos en más de una ocasión con nuestros gritos y risas. Les pido disculpas por esas tardes interminables de tenis que, sin querer, invadieron su tranquilidad. Pero hoy, al pasar por el lugar que fue testigo de esas vivencias, la película de aquellos días se proyecta en mi mente.

Aunque el barrio haya experimentado cambios significativos y se haya transformado con el paso del tiempo, esos recuerdos se mantienen inalterables. La esencia de las risas, la emoción de cada partido y la complicidad entre amigos perduran en el alma de este rincón. Los recuerdos de esos lugares en los que fuimos felices no deben borrarse nunca.

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Autor entrada: Eduardo Oyola

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